lunes, 27 de febrero de 2012

En clase

Alcánzame

los sueños

intercalados

en las operaciones de matemáticas,

los corazones pintados

detrás de los resúmenes de historia,

entre los dedos

las fórmulas,

los cálculos,

las nubes

con los besos

sin poner mordaza

a los labios que venían gritando,

sin retardar

la carrera de los pies

empujados por navajas

y además

los poemas acaramelados

y noctámbulos

que nunca escribiste

envueltos

en las horas

que has pasado pensando en mí.

Poema de Tere Irastortza (traducción de Luisana Ginea)

lunes, 13 de febrero de 2012

Instrucciones para escribir un cuento



"Los dos primeros cuentos -El rastro de tu sangre en la nieve y El verano feliz de la señora Forbes- los escribí en 1976, y los publiqué enseguida en suplementos literarios de varios países. No me tomé ni un día de reposo, pero a mitad del tercer cuento, que era por cierto el de mis funerales, sentí que estaba cansándome más que si fuera una novela. Lo mismo me ocurrió con el cuarto. Tanto, que no tuve aliento para terminarlos. Ahora sé por qué: el esfuerzo de escribir un cuento corto es tan intenso como empezar una novela. Pues en el primer párrafo de una novela hay que definir todo: estructura, tono, estilo, ritmo, longitud, y a veces hasta el carácter de algún personaje. Lo demás es el placer de escribir, el más íntimo y solitario que pueda imaginarse, y si uno no se queda corrigiendo el libro por el resto de la vida es porque el mismo rigor de fierro que hace falta para empezarlo se impone para terminarlo. El cuento, en cambio, no tiene principio ni fin: fragua o no fragua...


Y si no fragua, la experiencia propia y la ajena enseñan que en la mayoría de las veces es más saludable empezarlo de nuevo por otro camino, o tirarlo a la basura. Alguien que no recuerdo lo dijo bien con una frase de consolación: "Un buen escritor se aprecia mejor por lo que rompe que por lo que publica". Es cierto que no rompí los borradores y las notas, pero hice algo peor: los eché al olvido"


Gabriel García Márquez: prólogo a Doce cuentos peregrinos


Ranchipur existe...


Con este tiempo inclemente, me refugio del frío leyendo, de forma itinerante, varios libros a la vez. De esta manera, alterno La conjura de los necios, de J.K.Toole, con Volvieron las lluvias, de Louis Bromfield, un novelón de ochocientas páginas famoso sobre todo, por sus adaptaciones al cine. La primera, protagonizada por un irresistible Tyrone Power, fue más alabada por la crítica que la otra, pero yo prefiero la segunda versión, titulada Las lluvias de Ranchipur, quizá por el magnetismo que se establece entre la pareja protagonista: Richard Burton, uno de mis actores preferidos y la sensual Lana Turner en su época de esplendor.

Intento combatir aún más las bajas temperaturas de febrero compartiendo la lectura de las dos obras anteriores con otros títulos; por ejemplo, La esfinge maragata, magnífica obra de la olvidada Concha Espina, una sorprendente narradora que ha sido defenestrada del panorama literario desde hace décadas... Hace unos días empecé Bomarzo, obra de culto del escritor argentino Mujica Lainez.




Personajes y libros se intercalan, se suceden unos a otros ocupando su sitio en el imaginario de lo no real; conquistan, a duras penas, un espacio en ese viejo almacén donde se ubican objetos, palabras y liturgias que proceden de la ficción. Como si no existiera nada más allá de lo imaginado, tenemos que vivir otras vidas para soportar las nuestras. Somos animales narrativos que apuran sus tareas cuanto antes para poder enfrascarse en historias ajenas, lecturas, películas, realities, mundos virtuales... ¿Es tan áspera la vida que no tenemos más remedio que sumergirnos en la ficción?
Mientras tanto, Ignatius Reilly me hace reír mientras se pasea indolente por el barrio francés de Nueva Orleans y cada noche, en su rijosa habitación, escribe la gran obra maestra de la literatura universal. Poco después me sumerjo en la lluvia que anega Ranchipur, respiro el olor de la tierra, el calor sofocante de sus páginas, y continúo con las aventuras de Orsini y su brillante cosmovisión del renacimiento italiano, la sacralidad del bosque de Bomarzo, el virtuosismo de una escritura delirante... Y va pasando este febrero de fríos desapacibles, mientras me refugio en los libros y me oculto del mundo, me aletargo, me arrebujo entre cobijas y edredones y espero con desesperación que este invierno interminable se acabe de una maldita vez...

Carmen Cabeza Martínez